Ni de grano ni en polvo: el café ya no lo mantenía despierto. El sueño lo estaba venciendo. Eran las 22.45 de la noche y Eustaquio Galleguillos aún no llegaba siquiera a la explicación de la causal invocada ni a las peticiones concretas para remachar su recurso. Sumaba varios días de mal dormir, algunas citas frustradas y unos cuantos ayunos forzados. Y todo por esto. Pero no iba a rendirse. Su cliente estaba preso siendo inocente. Su convicción era férrea. Llegaría a la Corte. Anularía esa condena de privación efectiva de libertad. Les demostraría a los ministros que la prueba de cargo era insuficiente y, encima, inconstitucional. Todo, por cierto, si primero lograba zafar de las garras de Morfeo. Y allí estaba: frente a la pantalla del computador sin pensar, sin escribir, sin existir. Bostezos. Cabeceos. Actos reflejos. Silencios prolongados. (¡Ecce homo!) El malo de Cronos se solazaba a costa de las batallas perdidas de este justiciero que insistía en la vigilia. Corrían las 23.45 cuando la entropía hizo de las suyas: el caos comenzó a expandirse con violencia dentro de la mente quieta y ordenada de este hábil litigante y respetado profesor. Cayó dormido. Al instante la fantasía lo atrapó llevándolo a una montaña rusa de placeres y terrores. Se vio a sí mismo reprobando su examen de grado. Luego, recibiendo su diploma de manos del presidente de la Suprema. Volvió a sentir en carne viva el primer siete y los aplausos por ser el único del curso en responder porqué Bello acabó su Código regulando la prescripción. “Es que a don Andrés le gustaban mucho las sorpresas y pensó que con esta cereza sobre el pastel el cierre de su obra sería algo magnífico, profesor” – dijo él. “¡Brillante, Galleguillos! ¡Tres coloradas para usted!” – gritaba su excitado maestro. A las 23.59 contempló de lejos algunos indicios del tercer cielo paulino. ¡Sublime! Estaba maravillado. De golpe, abrió los ojos. Se hallaba aturdido y sin orientación. Necesitó algunos segundos para recuperar la conciencia, el lenguaje y la memoria. Mientras eso sucedía Eustaquio observó sin entender que en la esquina inferior izquierda de su computador el reloj transitaba desde la media noche hacia las cero horas con un minuto de un nuevo día.
FRANZ MOLLER