Competencia para una pretensión

“¿Algo más, señor defensor?” – le inquirió la jueza. Su voz denotaba hastío y cansancio. Por fin había llegado a la última audiencia de la jornada. Comenzó en su mente a planificar la tarde en libertad. Saldría del tribunal, sentiría el calor del sol, caminaría unas pocas cuadras por la calle y se refrescaría bebiendo una mineral sin gas. Luego subiría a su auto, encendería la música y dejaría que el aire acondicionado le soplara en la cara con suavidad como susurrando su nombre. Pero los segundos pasaban y el defensor prolongaba su silencio. Ambos se miraban con intensidad. Ella comenzó a darle de golpecitos a la mesa con su lápiz Bic. Por debajo del estrado -donde no llegaban las miradas- sus pies jugaban con sus zapatos, quitándoselos, poniéndoselos e incluso, a veces, haciéndolos girar con el dedo gordo. “Abogado, no tengo toda la mañana para usted. Le he preguntado si pedirá algo más” – ella subió el tono y mantuvo fija la mirada en el novato defensor. “Sí, Señoría” – respondió él alzando un vaso de agua y llevándoselo a la boca con calma. Nuevos y más intensos silencios cruzaron la sala. “¿Y bien?” – lo interrogó la magistrado devorándolo con la mirada, queriendo ya triturarlo con sus largas pestañas. – “No sé, Señoría, si acaso usted tendrá competencia para satisfacer mi pretensión”-. Silencio en el aire y rubor en las pálidas mejillas del joven abogado. -“¡Lo exhorto, pues, a que lo diga de una vez!” – y tras decirlo sintió al instante la vergüenza de quien se percata perdiendo los estribos. Él se aclaró la voz, se acercó al micrófono y se le oyó decir: “justicia”.

Franz Möller, 2020.